Ki Tisa (Spanish)

Tres historias en las que nadie aprende nada

Rabino Manes Kogan (Nueva Comunidad Israelita)

(adaptado de la prédica pronunciada el 17 de febrero de 1995 - Shabat Ki-Tisá)

 Historia I

 Después de haber corrido cierto danzante mono por cantones y plazas de ciudad en ciudad el mundo todo, logró, dice la historia, aunque no cuenta el como, volverse libremente a los campos del Africa orgulloso.

Los monos al viajero reciben con más gozo, que a Pedro, el zar, los rusos; que los griegos a Ulises generoso.

De leyes, de costumbres, ni se habló, ni algún otro le preguntó palabra; pero de trajes y de modas, todos en cierta jerigonza, les hizo un gran detalle de lo más remarcable a los curiosos.

Empecemos, decían aunque sea por poco: hiciéronse zapatos con cáscaras de nueces por lo pronto.

Toda la raza mona andaba con sus choclos, y el no traerlos era faltar a la decencia y al decoro.

Un leopardo hambriento trepa para los monos; ellos huir intentan a salvarse en los árboles del soto.

Las chinelas lo estorban. Y de muy fácil modo, aquí y allá mataba, haciendo a su placer dos mil destrozos.

En Tetuán desde entonces manda el senado docto que cualquier uso o modo de países cercanos o remotos, antes que llegue el caso de adoptarse en el propio, haya de examinarse en junta de políticos a fondo.

Con tan justo decreto,

y el suceso horroroso,

¿dejarán tales modas?

Primero dejarían de ser monos.[1]

Félix María de Samaniego (1745-1801), uno de los fabulistas mas renombrados de todos los tiempos, fue dueño de una excepcional capacidad para la ironía, además de ser un observador agudo y un magnífico poeta.

En su fábula “la moda” comparte con nosotros su preocupación por lo que considera una característica inherente a los seres humanos (los animales, como sucede siempre en las fábulas, no representan sino a los seres humanos).

Los seres humanos -esta creo es la triste moraleja de nuestra fábula- no aprendemos de la experiencia, y no vemos en la vida a una eterna escuela.

Los monos saben que pueden perder la vida. Muchos fueron ya los muertos. El consejo selvático aprobó una justa resolución. Sin embargo los monos creen saber más.

Su triste experiencia no les sirvió de nada.

Pobres monos!!

Historia II

 Hace unos días, nuestros sentidos se vieron convulsionados al enterarnos que en una ‘disco’ de San Bernardo, un jóven casi pierde la vida en un extraño concurso: se trataba de ver quien podía tomar mas alcohol. El ganador, se haría acreedor de un viaje a Bariloche. Al llegar a los 19 tragos nuestro jóven fue sacado del local en coma y trsaladado a Buenos Aires para su hospitalización. Cuentan los periódicos que al despertar de su largo sueño, lo primero que dijo el jóven fue “me gané el viaje, me gané el viaje!!”.

Triste, pero real.

 Historia III

 Los hijos de Israel atraviesan el desierto. Llegan al pie del Monte Sinaí y están dispuestos a recibir la Torá. Los hijos de Israel son ampliamente instruídos: no deben acercarse a la montaña, deben lavar sus ropas y deben abstenerse de tener relaciones sexuales. Moshé sube al Monte Sinaí a recibir la Torá y luego de 40 días desciende con el precioso regalo. Sin embargo los hijos de Israel no pudieron esperar: “Se han desviado pronto de al senda que Yo les había prescripto y se hicieron un becerro de fundición, se prosternaron ante él, le ofrecieron sacrificios y dijeron: ¡Estos son tus dioses Israel, los que te hicieron subir desde la tierra de Egipto!”[2].

¿Cómo explicar que un pueblo que presenció milagros en Egipto, que vio el mar abrirse ante él, cuyo enemigo murió ahogado por mano de Dios, que fuera alimentado con maná caído del cielo y guiado por columnas de nubes y de fuego, adore a un becerro de oro?

Los hijos de Israel, al igual que nuestro adolescente y al igual que los monos de la fábula, tienen los valores trastocados.

Los protagonistas de estas tres historias no aprenden nada. En ellos, lo importante pasa a un segundo plano y lo que los puede dañar ocupa el lugar protagónico.

En la idolatría se endiosa lo efímero y lo destructivo, mientras se desprecia lo eterno y lo vital.

Moshé se enoja con el pueblo y rompe las tablas, sin embargo las leyes no son cambiadas. El becerro de oro no hace sino demostrar la necesidad urgente de la Torá. Por eso Moshé sube al Monte Sinaí nuevamente.

Y nosotros, ¿qué deberíamos hacer? ¿Deberíamos pensar que nuestro adolescente hace bien al renunciar a su vida en aras del reconocimiento de sus pares? ¿Deberíamos admitir que los tiempos han cambiado, que nos estamos poniendo viejos?

Creo que hoy, más que nunca, el mensaje de nuestra Torá es relevante.

Enfrentaremos la muerte, la idolatría y la estupidez humana, con nuestra tradición y nuestros textos, que nos invitan a ordenar y a repensar nuestros valores, y a luchar por la vida.

Aún nos queda mucho que aprender.

[1] Félix María de Samaniego: Fábulas Completas, Editores Mexicanos Unidos, S.A. - Mexico 1981.

[2] Exodo 32, vers. 8