From the Rabbi’s Desk

Rabbi Manes Kogan

Naso (Spanish)

"Su ofrenda fue de un plato de plata que pesaba ciento treinta ciclos, y un cántaro de plata de setenta ciclos sagrados. Ambos estaban repletos de harina de sémola amasada con aceite, por ofrenda vegetal. También una cuchara de diez ciclos de oro, llena de incienso" (Números 7:13-14)

Los jefes de las tribus de Israel, al presentar sus respectivas ofrendas, nos legaron un importante ejemplo, no sólo en cuanto a su generosidad y ejemplo personal a la hora de dar, sino también en cuanto al contenido mismo de la ofrenda. La misma estaba compuesta, entre otros regalos, por un plato de plata que pesaba ciento treinta ciclos y un cántaro de plata de setenta ciclos sagrados, al igual que una cuchara de diez ciclos de oro. Se trataba -sin duda alguna- de objetos muy valiosos que serían usados luego en el Santuario. Dichos objetos tenían el potencial de perpetuar a sus donantes, ya que la plata y el oro, raramente se deterioran. No obstante, el plato y el cántaro de plata, como así también la cuchara de oro, estaban repletos, ya sea de harina de sémola, ya sea de incienso. La harina y el incienso, son objetos que una vez usados, pierden su valor intrínseco y no pueden perpetuar a sus donantes (es posible que alguien se acuerde de quien donó un plato de ciento treinta ciclos de plata, pero nadie se acordará, seguramente, de quien donó la harina para la ofrenda).

No obstante, jefes de las tribus de Israel en el desierto, entendieron que si se quiere sostener el culto por medio de donaciones, no es suficiente con donar hermosas cucharas de oro y cántaros de plata, si luego la comunidad va a carecer de medios para llenar dichas cucharas y dichos cántaros.

Los jefes de las tribus de Israel entendieron –sabiamente- que no alcanza con crear una hermosa estructura edilicia (simbolizada aquí por los objetos de oro y plata) si la comunidad va a carecer de medios para sostenerla en el tiempo. Es por eso que entregaron sus regalos "llenos", no sólo con el objeto de perpetuar sus nombres –cosa también muy respetada y entendible- sino también con el objeto de perpetuar las funciones religiosas que acompañaban a los mismos.

Que gran lección para los líderes comunitarios de nuestros días, quienes crearon, mantuvieron y pusieron sus nombres a estructuras edilicias monumentales, pero carecieron de previsión para dotarlas de los medios económicos que las pudieran mantener funcionando con el correr del tiempo.

Manes Kogan, Januká 5759